No sabemos
si vamos a salir de esta. Las cifras diarias nos hacen dudar. En el mundo, la
vida está al borde. En New York ya hay más de 57 mil casos. En varias ciudades
del mundo, las personas infectadas y muertas siguen ascendiendo. En Estados
Unidos y Europa, la mayoría de los hispanos perdieron su trabajo. En Reino
Unido, hubo 115 muertos en un día, colapsan los hospitales y ya van más de 11 mil
casos. Una señora que es germen fóbica salió a comprar metida en una burbuja de
plástico. En China, que ya lo tienen controlado, cierran las fronteras para
evitar un rebrote. Este virus político, esta pandemia mundial no nos deja dormir.
Es la primera
vez que nos pasa, adentro de nuestras cuatro paredes nos miramos con
incertidumbre. Aunque aprendimos en las clases de Historia que sucedió muchas
veces, lo estamos viviendo en carne propia y no nos sentimos bien. Acá en
nuestro país hoy se dio a conocer el pico más alto de casos hasta ahora, que es
más de 500 en todo el país. 8 personas murieron y más de 20 están en terapia
intensiva. Dicen que es lo que estaba previsto. Que es gracias a que la mayoría
está haciendo las cosas bien. Acá en casa, sabemos que estamos dentro de esa
mayoría y vamos por el séptimo día de cuarentena obligatoria. 11 días si
contamos desde el domingo 15 a la noche, que escuchamos al presidente preocupado,
adelantándose a una situación, previendo el caos. Nos pedía que si podíamos nos
quedáramos en casa. No sabíamos que el jueves 19 por la noche, el presidente,
por cadena nacional, prohibiría la circulación de personas, más que para ir a
comprar comida o medicamentos. Este virus que empezamos desestimando, que nos
parecía mentira, nos vino a enseñar varias cosas y lo tuvimos que escuchar.
Empezó en
diciembre. En China, en Wuhan precisamente. Nos parecía lejano y en la tele
casi no aparecía. No sabíamos cómo había surgido.
En enero,
se empezó a hablar de paranoia en la gente, en la radio decían que algunos no
querían comprar productos chinos. Ponían paños fríos, porque el virus no podía
vivir fuera del cuerpo humano más de 24hs. Las redes sociales estallaron en
videos virales que mostraban el tratamiento de la carne en los galpones chinos.
La gente indignada chorreaba estigmatización social, racial y cultural. Muchos se
burlaban y hacían chistes como si fueran inmunes a ese virus que le pertenecía
a los chinos, sucios que comen animales domésticos y murciélagos. Muy pocas
voces parecían explicar las condiciones sanitarias y alimentarias a partir de
la organización del capitalismo. Algunas, señalaban que el virus había sido
implantado. Que un mes antes, unos soldados y oficiales norteamericanos habían
estado en Wuhan. Que Bill Gates un tiempo antes había dictaminado que “la
próxima guerra no será con misiles sino con microbios”.
Frente a
tanta confusión, no tardaron en hacerse eco muchas teorías conspirativas, que
el virus fue colocado, que Estados Unidos le declaraba la guerra bacteriológica
a China.
A fines de
febrero, empezamos a tomar medidas de seguridad en muchos centros de salud.
Barbijos, guantes, distancia y evitar la conglomeración. El lunes 2 de marzo, mientras
compraba la comida de mi gata, escuché en la radio que en Argentina había un
caso confirmado: un hombre que había viajado a Italia. Pensé en todas las
personas con poder adquisitivo que habrían visitado el invierno europeo. Me alejé
de la mujer que hacía la cola en la caja. Guardé todo rápido, subí a la bici y
me lavé las manos apenas entré a mi casa.
Muchos pensábamos
en las razones de economía internacional en juego. No estábamos muy seguros. En
todo caso, si hubo una conspiración, no hubo un buen cálculo.
Deberíamos
plantearnos que no fue China la que contagió al mundo. Los mismos gobernantes
cínicos que se agrupan siempre en el polo neoliberal son los que siguen
contagiando al mundo y hoy nos imponen una nueva “selección natural”, una
depuración del sistema bajo su misma lógica salvaje.
El sábado
21 vimos la película coreana “Virus” y después no pude dormir. Durante todo el
domingo mastiqué la ansiedad y la tristeza. Al final del día me venció la
incertidumbre, me fastidió la imprudencia de la gente. Escupí varios versos
para poder respirar. El lunes no me pude levantar de la cama en todo el día. Vi
de punta a punta una serie, inmóvil bajo las sábanas. El martes 24 intenté
refugiarme del miedo con las imágenes de pañuelos blancos y los textos que muchxs
compartieron, me alegró la memoria viva entre tanta muerte.
En el
tiempo que salen estas líneas, el número de muertes en el país asciende de 8 a
12 y de 522 a 587, las personas infectadas. En el noticiero muestran que, en el
G-20, nuestro presidente habla de un pacto de solidaridad global como única
salida. Nos muestra su fuerte cualidad humanitaria, nos insta a la conciencia,
a que nos replanteemos cómo funciona el mundo. Nos dice que la riqueza no tiene
sentido, si un virus nos puede matar. Me asombra la habilidad del presidente
para combatir esta pandemia. Las lecciones diarias que le da a la sociedad.
Pero tengo una incomodidad enorme. La solidaridad no parece ser más que un
valor, un sinsentido, mientras sigue existiendo la especulación de los precios,
el egoísmo del sobreabastecimiento, la romantización del home office. Mientras millones
de personas ya morían de hambre, ahora siguen muriendo de a toneladas, en este
escenario neoliberal donde reina la extrema desigualdad. El virus sigue siendo
el capitalismo.
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