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jueves, 26 de marzo de 2020

DÍA 11


No sabemos si vamos a salir de esta. Las cifras diarias nos hacen dudar. En el mundo, la vida está al borde. En New York ya hay más de 57 mil casos. En varias ciudades del mundo, las personas infectadas y muertas siguen ascendiendo. En Estados Unidos y Europa, la mayoría de los hispanos perdieron su trabajo. En Reino Unido, hubo 115 muertos en un día, colapsan los hospitales y ya van más de 11 mil casos. Una señora que es germen fóbica salió a comprar metida en una burbuja de plástico. En China, que ya lo tienen controlado, cierran las fronteras para evitar un rebrote. Este virus político, esta pandemia mundial no nos deja dormir.
Es la primera vez que nos pasa, adentro de nuestras cuatro paredes nos miramos con incertidumbre. Aunque aprendimos en las clases de Historia que sucedió muchas veces, lo estamos viviendo en carne propia y no nos sentimos bien. Acá en nuestro país hoy se dio a conocer el pico más alto de casos hasta ahora, que es más de 500 en todo el país. 8 personas murieron y más de 20 están en terapia intensiva. Dicen que es lo que estaba previsto. Que es gracias a que la mayoría está haciendo las cosas bien. Acá en casa, sabemos que estamos dentro de esa mayoría y vamos por el séptimo día de cuarentena obligatoria. 11 días si contamos desde el domingo 15 a la noche, que escuchamos al presidente preocupado, adelantándose a una situación, previendo el caos. Nos pedía que si podíamos nos quedáramos en casa. No sabíamos que el jueves 19 por la noche, el presidente, por cadena nacional, prohibiría la circulación de personas, más que para ir a comprar comida o medicamentos. Este virus que empezamos desestimando, que nos parecía mentira, nos vino a enseñar varias cosas y lo tuvimos que escuchar.
Empezó en diciembre. En China, en Wuhan precisamente. Nos parecía lejano y en la tele casi no aparecía. No sabíamos cómo había surgido.
En enero, se empezó a hablar de paranoia en la gente, en la radio decían que algunos no querían comprar productos chinos. Ponían paños fríos, porque el virus no podía vivir fuera del cuerpo humano más de 24hs. Las redes sociales estallaron en videos virales que mostraban el tratamiento de la carne en los galpones chinos. La gente indignada chorreaba estigmatización social, racial y cultural. Muchos se burlaban y hacían chistes como si fueran inmunes a ese virus que le pertenecía a los chinos, sucios que comen animales domésticos y murciélagos. Muy pocas voces parecían explicar las condiciones sanitarias y alimentarias a partir de la organización del capitalismo. Algunas, señalaban que el virus había sido implantado. Que un mes antes, unos soldados y oficiales norteamericanos habían estado en Wuhan. Que Bill Gates un tiempo antes había dictaminado que “la próxima guerra no será con misiles sino con microbios”.
Frente a tanta confusión, no tardaron en hacerse eco muchas teorías conspirativas, que el virus fue colocado, que Estados Unidos le declaraba la guerra bacteriológica a China.
A fines de febrero, empezamos a tomar medidas de seguridad en muchos centros de salud. Barbijos, guantes, distancia y evitar la conglomeración. El lunes 2 de marzo, mientras compraba la comida de mi gata, escuché en la radio que en Argentina había un caso confirmado: un hombre que había viajado a Italia. Pensé en todas las personas con poder adquisitivo que habrían visitado el invierno europeo. Me alejé de la mujer que hacía la cola en la caja. Guardé todo rápido, subí a la bici y me lavé las manos apenas entré a mi casa.
Muchos pensábamos en las razones de economía internacional en juego. No estábamos muy seguros. En todo caso, si hubo una conspiración, no hubo un buen cálculo.
Deberíamos plantearnos que no fue China la que contagió al mundo. Los mismos gobernantes cínicos que se agrupan siempre en el polo neoliberal son los que siguen contagiando al mundo y hoy nos imponen una nueva “selección natural”, una depuración del sistema bajo su misma lógica salvaje.
El sábado 21 vimos la película coreana “Virus” y después no pude dormir. Durante todo el domingo mastiqué la ansiedad y la tristeza. Al final del día me venció la incertidumbre, me fastidió la imprudencia de la gente. Escupí varios versos para poder respirar. El lunes no me pude levantar de la cama en todo el día. Vi de punta a punta una serie, inmóvil bajo las sábanas. El martes 24 intenté refugiarme del miedo con las imágenes de pañuelos blancos y los textos que muchxs compartieron, me alegró la memoria viva entre tanta muerte.
En el tiempo que salen estas líneas, el número de muertes en el país asciende de 8 a 12 y de 522 a 587, las personas infectadas. En el noticiero muestran que, en el G-20, nuestro presidente habla de un pacto de solidaridad global como única salida. Nos muestra su fuerte cualidad humanitaria, nos insta a la conciencia, a que nos replanteemos cómo funciona el mundo. Nos dice que la riqueza no tiene sentido, si un virus nos puede matar. Me asombra la habilidad del presidente para combatir esta pandemia. Las lecciones diarias que le da a la sociedad. Pero tengo una incomodidad enorme. La solidaridad no parece ser más que un valor, un sinsentido, mientras sigue existiendo la especulación de los precios, el egoísmo del sobreabastecimiento, la romantización del home office. Mientras millones de personas ya morían de hambre, ahora siguen muriendo de a toneladas, en este escenario neoliberal donde reina la extrema desigualdad. El virus sigue siendo el capitalismo.

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