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miércoles, 1 de abril de 2020

DÍA 17


Sábado 28. Abro los ojos y los rayos de luz se filtran a través de la persiana. Seguimos en cuarentena. Recuerdo las cosas que no voy a poder hacer: salir a dar clases, comer con una amiga. Conocer el departamento nuevo de otra, salir a tomar una birra con mi compañero. Terminar la mudanza que inicié antes del caos. 
Este aislamiento me encuentra en un momento particular. Venía dejando pasar de largo algunas cosas y ahora me estallan en la cara. Me levanto. 
Tengo que emprender un viaje sin distancia hacia mí misma.
Lunes 30, el titular de C5N dispara: hay 966 casos y 24 muertos por coronavirus en el país. En una parte de la pantalla, el hashtag "Nadie se salva solo", mensaje que salió del Papa Francisco y repitió el presidente. 
Hay una paradoja con la soledad. Nadie se salva solx pero nos mantenemos segurxs dentro de una dimensión virtual, sin contacto con otras personas. Nos asedia una infección que influye en nuestro estado de ánimo. La influencia viral de los medios que no me dejan libre.
Cada día, me encuentro en lucha con ese llamado a la aventura, que tengo que afrontar. Me recuerdan eso unos especialistas en inteligencia emocional, que están subiendo clases a su web. Me dicen que es el momento. Que los problemas son oportunidades para desarrollarnos, momentos para integrar y solucionar conflictos interpersonales. Para resolver quién soy.
Me alejo de mí misma. Me observo.
Por todos lados se repite: después de esta pandemia, el mundo será otro. Coincido con Byung-Chul Han en que ningún virus es capaz de hacer la revolución. Estos últimos días, el cronograma de aplausos en pugna confirma que hay cosas que no se aprenden fácilmente. Me pregunto si se aprenderán. Cómo será ese mundo distinto. Coincido con Byung-Chul Han en que una revolución necesita sentimientos de unión y, sobre todo, acción colectiva.
Domingo 29. Nos enteramos que la cuarentena se extiende hasta el 13 de abril. No quiero un nuevo mundo de aislamiento permanente, como temen algunos pensadores europeos que analizan la vigilancia informática en los países asiáticos. No quiero que nos tengamos terror, que las otras personas sean una amenaza. No quiero que nos escondamos detrás de máscaras. Si estas condiciones fueron causadas por las luchas intra-capitalismo, declarémonos libres.
Bifo Berardi tampoco sabe. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos. Pero también podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar.
Lunes 30. Salgo a comprar y el aire tiene otro color. La calle vive del silencio de un barrio paralizado. Las casas como cuevas de animales en hibernación.
En la fila para entrar, una señora tose y la pareja que está adelante se aleja dos metros.
Un hombre que sale del súper lleva varios paquetes de pañales y muchos productos de limpieza para bebés. Me pregunto lo que estará pasando. Un viento frío me obliga a cerrarme la campera.
Si nuestra historia como humanidad nos trajo hasta acá, hagamos algo. Si la salida es cambiar lo que venimos haciendo mal, ¿este aislamiento nos está planteando a todxs el mismo interrogante?
Tenemos carne. El virus no reconoce fronteras nacionales, sociales, de género, raciales, culturales. La ilusión de superioridad se derrite y empezamos a mirarnos como seres iguales que han sido, a lo largo de la historia, distribuidos por el capitalismo en grupos, con desiguales oportunidades. 
Nosotrxs somos lxs que discriminamos.
La naturaleza, irritada, como un cuerpo que tira señales nunca atajadas por la intuición, intenta que esta plaga en la que nos convertimos no la siga destruyendo. El capitalismo, descompuesto, nos trajo a esta situación sin precedentes y está buscando hacer algo que desconocemos.
Y ahora, con el cuerpo enfermo, moribundxs, intentamos cazar la fórmula para hallar al corona-killer, como dice Bifo. ¿Será real?
En todo caso, creo que tenemos que matar es nuestro individualismo productivo, competitivo y destructivo.
En todo caso, podemos empezar por plantearnos que ya no toleraremos algunas cosas.
Martes 1. Veo la serie de HBO “Years and Years”. Los protagonistas denuncian que unas vidas menos válidas para este sistema quedan encerradas en el terreno de la muerte segura.
Butler dice: cuidarse de la ineludible biopolítica. De la biovigilancia digital.
Pienso en el chip que quieren introducir en la vacuna para el monitoreo de la enfermedad. tengo escalofríos. Butler dice: cuidarse de la BIGDATA. Presos, sin brazalete. Atrapadxs en nuestro propio territorio, en nuestros celulares, en la ubicación, en nuestros movimientos, temperatura corporal, consumos que almacenan nuestras apps.
Paul Preciado quiere que hagamos “el gran blackout frente a los satélites que nos vigilan”. Apagando todo.
Hoy, miércoles 1°, en la radio el locutor nos consuela. Argentinxs, si nos gana la desesperación, pensemos que en New York muere una persona cada 6 minutos y sacan a los cuerpos en camiones frigoríficos. 
No me consuela. Hay algo que nos une.
Allá caen, en el país de Trump, quien hace un mes dijo: tranquilos, esperemos el pico y luego todo va a estar bien.
Acá, en el cuarto piso del Ministerio de Salud, el comité de crisis tiene un pizarrón gigante donde se controla toda la situación. Dice que vamos a necesitar 12000 camas para cuando llegue el pico. En la radio, dicen que se están produciendo respiradores en dos fábricas argentinas y en una empresa automotriz. Y vienen también de China.
En una de las clases del curso virtual compartieron un poema de Kitty O’Meara.
“Y la gente se quedó en casa.
Y leyó libros y escuchó.
Y descansó y se ejercitó.
E hizo arte y jugó.
Y aprendió nuevas formas de ser.
Y se detuvo.
Y escuchó más profundamente. Alguno meditaba.
Alguno rezaba.
Alguno bailaba.
Alguno se encontró con su propia sombra.
Y la gente empezó a pensar de forma diferente.
Y la gente se curó.
Y en ausencia de personas que viven de manera ignorante.
Peligrosos.
Sin sentido y sin corazón.
Incluso la tierra comenzó a sanar.
Y cuando el peligro terminó.
Y la gente se encontró de nuevo.
Lloraron por los muertos.
Y tomaron nuevas decisiones.
Y soñaron nuevas visiones.
Y crearon nuevas formas de vida.
Y sanaron la tierra completamente.
Tal y como ellos fueron curados.”
Leo y sueño que tiene razón.

jueves, 26 de marzo de 2020

DÍA 11


No sabemos si vamos a salir de esta. Las cifras diarias nos hacen dudar. En el mundo, la vida está al borde. En New York ya hay más de 57 mil casos. En varias ciudades del mundo, las personas infectadas y muertas siguen ascendiendo. En Estados Unidos y Europa, la mayoría de los hispanos perdieron su trabajo. En Reino Unido, hubo 115 muertos en un día, colapsan los hospitales y ya van más de 11 mil casos. Una señora que es germen fóbica salió a comprar metida en una burbuja de plástico. En China, que ya lo tienen controlado, cierran las fronteras para evitar un rebrote. Este virus político, esta pandemia mundial no nos deja dormir.
Es la primera vez que nos pasa, adentro de nuestras cuatro paredes nos miramos con incertidumbre. Aunque aprendimos en las clases de Historia que sucedió muchas veces, lo estamos viviendo en carne propia y no nos sentimos bien. Acá en nuestro país hoy se dio a conocer el pico más alto de casos hasta ahora, que es más de 500 en todo el país. 8 personas murieron y más de 20 están en terapia intensiva. Dicen que es lo que estaba previsto. Que es gracias a que la mayoría está haciendo las cosas bien. Acá en casa, sabemos que estamos dentro de esa mayoría y vamos por el séptimo día de cuarentena obligatoria. 11 días si contamos desde el domingo 15 a la noche, que escuchamos al presidente preocupado, adelantándose a una situación, previendo el caos. Nos pedía que si podíamos nos quedáramos en casa. No sabíamos que el jueves 19 por la noche, el presidente, por cadena nacional, prohibiría la circulación de personas, más que para ir a comprar comida o medicamentos. Este virus que empezamos desestimando, que nos parecía mentira, nos vino a enseñar varias cosas y lo tuvimos que escuchar.
Empezó en diciembre. En China, en Wuhan precisamente. Nos parecía lejano y en la tele casi no aparecía. No sabíamos cómo había surgido.
En enero, se empezó a hablar de paranoia en la gente, en la radio decían que algunos no querían comprar productos chinos. Ponían paños fríos, porque el virus no podía vivir fuera del cuerpo humano más de 24hs. Las redes sociales estallaron en videos virales que mostraban el tratamiento de la carne en los galpones chinos. La gente indignada chorreaba estigmatización social, racial y cultural. Muchos se burlaban y hacían chistes como si fueran inmunes a ese virus que le pertenecía a los chinos, sucios que comen animales domésticos y murciélagos. Muy pocas voces parecían explicar las condiciones sanitarias y alimentarias a partir de la organización del capitalismo. Algunas, señalaban que el virus había sido implantado. Que un mes antes, unos soldados y oficiales norteamericanos habían estado en Wuhan. Que Bill Gates un tiempo antes había dictaminado que “la próxima guerra no será con misiles sino con microbios”.
Frente a tanta confusión, no tardaron en hacerse eco muchas teorías conspirativas, que el virus fue colocado, que Estados Unidos le declaraba la guerra bacteriológica a China.
A fines de febrero, empezamos a tomar medidas de seguridad en muchos centros de salud. Barbijos, guantes, distancia y evitar la conglomeración. El lunes 2 de marzo, mientras compraba la comida de mi gata, escuché en la radio que en Argentina había un caso confirmado: un hombre que había viajado a Italia. Pensé en todas las personas con poder adquisitivo que habrían visitado el invierno europeo. Me alejé de la mujer que hacía la cola en la caja. Guardé todo rápido, subí a la bici y me lavé las manos apenas entré a mi casa.
Muchos pensábamos en las razones de economía internacional en juego. No estábamos muy seguros. En todo caso, si hubo una conspiración, no hubo un buen cálculo.
Deberíamos plantearnos que no fue China la que contagió al mundo. Los mismos gobernantes cínicos que se agrupan siempre en el polo neoliberal son los que siguen contagiando al mundo y hoy nos imponen una nueva “selección natural”, una depuración del sistema bajo su misma lógica salvaje.
El sábado 21 vimos la película coreana “Virus” y después no pude dormir. Durante todo el domingo mastiqué la ansiedad y la tristeza. Al final del día me venció la incertidumbre, me fastidió la imprudencia de la gente. Escupí varios versos para poder respirar. El lunes no me pude levantar de la cama en todo el día. Vi de punta a punta una serie, inmóvil bajo las sábanas. El martes 24 intenté refugiarme del miedo con las imágenes de pañuelos blancos y los textos que muchxs compartieron, me alegró la memoria viva entre tanta muerte.
En el tiempo que salen estas líneas, el número de muertes en el país asciende de 8 a 12 y de 522 a 587, las personas infectadas. En el noticiero muestran que, en el G-20, nuestro presidente habla de un pacto de solidaridad global como única salida. Nos muestra su fuerte cualidad humanitaria, nos insta a la conciencia, a que nos replanteemos cómo funciona el mundo. Nos dice que la riqueza no tiene sentido, si un virus nos puede matar. Me asombra la habilidad del presidente para combatir esta pandemia. Las lecciones diarias que le da a la sociedad. Pero tengo una incomodidad enorme. La solidaridad no parece ser más que un valor, un sinsentido, mientras sigue existiendo la especulación de los precios, el egoísmo del sobreabastecimiento, la romantización del home office. Mientras millones de personas ya morían de hambre, ahora siguen muriendo de a toneladas, en este escenario neoliberal donde reina la extrema desigualdad. El virus sigue siendo el capitalismo.

domingo, 17 de noviembre de 2019

De incesancia, escritura y muerte

“Tienes un deseo: morir. Y una esperanza: no morir”. 
“A los doce años escribo mi primer verso… escribo para no morir”. 
Alfonsina Storni 

La escritura en relación con la muerte, con el suicidio en particular, es un campo trabajado por la crítica como “lugar de encuentro de fuerzas inconscientes” (Jitrik, 1999: 29) y como experiencia dudosa donde se triunfa fracasando (Jitrik, 1959: 74). Desde este punto de partida podemos acercarnos a la lectura de Horacio Quiroga y Alfonsina Storni en torno a los problemas metafísicos del escritor en relación con su material, el lenguaje, con su espacio profundamente marcado por la experiencia solitaria y en estrecho vínculo con el entramado inconsciente. 
Dicha lectura se proyecta como una incesancia -en términos de Noé Jitrik- y a partir de la búsqueda sobre lo que el texto contiene de experiencia, subjetividad, cuerpo del escritor: a partir de la indagación en ese mapa implícito, que no está presente ni en la forma ni en el mensaje llano del texto (en la superficie formal o textual), sino en su interior. Este criterio debe ser entendido en función de la relación compleja entre la obra, el material (lenguaje) y el espectro subjetivo que determina al escritor. Considerar que el inconsciente es el campo donde se gesta todo lo que ciertamente se puede leer, es una apuesta muy profunda de la crítica, en su empeño por indagar ese “otro lugar” del texto: el espacio de los goces del lenguaje, en el cual el lector ingresa, que no es otra cosa que la escritura misma y, a su vez, la prueba de que el texto me desea como lector (Barthes, 1993: 14). El “tropiezo” del escritor consiste en que tan sólo puede “proponer”; tanto su actividad como la del lector están legisladas por un tercero que es el Deseo, o la interrogación por el mismo (Rosa, 2004: 44).

En primer lugar, entendiendo que escribir no se trata de hablar sobre algo, que sería escribir un exterior, establecemos que la escritura es explorar una potencia, búsqueda que no se consigue nunca en el afuera. Este espacio solitario del escritor es el vacío que es “su propio sentido” (Blanchot, 1991: 25). Por otro lado, paradójicamente, el lenguaje, el material, no es un poder decir del escritor, es un sin sentido. Se trata de un origen que el escritor no puede alcanzar pero que funciona como lo único que puede alcanzar. El lenguaje no es un poder decir, porque habla como ausencia, pero en esa ausencia, en el sin sentido, el silencio se habla (Blanchot, 1992: 43-46). En la búsqueda de dislocación del lenguaje literario, huyendo a una sintaxis desordenada, la desintegración del lenguaje sólo puede conducir a un silencio de la escritura: a la escritura en su grado cero, arte que tiene la estructura del suicidio porque “el silencio es en él como un tiempo poético homogéneo que se injerta entre dos capas y hace estallar la palabra menos como el jirón de un criptograma que como luz, vacío, destrucción, libertad” (Barthes, 1997: 77). La literatura no es este lenguaje indefinido y neutro, porque en ese caso para Barthes estaría vencida. Hay “una red de formas endurecidas” y hay automatismos en la escritura literaria. El sinsentido (la palabra del espacio literario) es la cualidad del lenguaje inconsciente que, en este sentido, se acerca a la “agrafía” que recompone aquello de lo que se intenta huir. Como en la sabia afirmación de Rimbaud, “yo es otro”, en la palabra que inscribe la voz de ese yo hay un otro lado desconocido e indómito, un grado cero. Ese sinsentido que forma parte de la literatura no es lo opuesto a algo que tiene sentido, es algo que no tiene la garantía de significar algo, es una palabra que se libera de su carga de corresponderse con un significado. De esta manera es una palabra errante: no opera en el ámbito de la comprensión, está siempre saliéndose de lugar. El escritor trabaja con esta palabra. 
El lenguaje como lugar de encuentro de fuerzas inconscientes da la clave para leer a los escritores que, suicidándose, hicieron estallar por los aires la paradoja de la que pende la angustia de no poder hacer sino lo único que pueden hacer, escribir, que es a la vez lo que los arranca y les quita la posibilidad de hacer, porque los enfrenta a la muerte. 

Horacio Quiroga tiene disposición para la experiencia y para la muerte; lo expresa en su literatura: “encuentra el pozo que acecha a cada uno de los hombres” (Jitrik, 1959: 70). Ese pozo es la muerte que lo persigue. Primero se manifiesta en seres cercanos y esas “muertes sirven para apresurar el proceso de su literatura que, gracias a estos accidentes, se enriquece con una dimensión asustadora” (1959: 65). A su vez, lo empujan a privarse del mundo, vivir apartado de la sociedad experimentando el límite con la propia muerte. Experimentar ese límite es la base de la utilería literaria y la raíz de su originalidad. Su obra está en estrecha vinculación con la disposición para la experiencia, se juega la vida como juega con la literatura. Pero hay una contradicción: ¿cómo la experiencia vital puede ser total si se quiere recluir para que su experiencia literaria sea total? Quiroga está abierto a la experiencia y no excluye ni evita el peligro. En efecto, para escribir necesita experimentar ese límite que lo acerca a la muerte. La paradoja de la vida consiste en que lo mejor y más vital es la disposición por la cual se enfrenta con la muerte. La experiencia literaria sería atarse a algo seguro, como Teseo al hilo de Ariadna para salir del laberinto. No morir gracias al hilo salvador: la escritura. No haber roto el hilo es no haber conocido el laberinto y no experimentar el límite. Lo inefable se basa en que “lo que no se vive no se conoce y lo que se vive no se puede contar” (1959: 66). Pero el hecho de contarlo, de escribir, es permanecer atado al hilo. 
Alfonsina Storni escribe su primer verso a los doce años; habla sobre cementerios, sobre muerte. Lo deja debajo del velador para que su madre lo lea. El resultado es doloroso: recibe unos coscorrones que pretenden enseñarle que la vida es dulce. “Desde entonces, los bolsillos de mi delantal, los corpiños de mis enaguas, están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan” (Storni, 1999: 1077). Esos papeluchos son testigo de ese gesto inicial del yo poético, del “yo fallado” de Alfonsina que busca incesantemente escapar de las fuerzas mortíferas frente a la cancelación del principio de placer (Paris, 2014: 158). Esa búsqueda está explícita en El dulce daño, en el poema “Así”: Hice el libro así: / Gimiendo, llorando, soñando, ay de mí. 
Su escritura se conjuga con su psicosomática en torno al quiebre de la pulsión de vida. 

Si la pulsión es un concepto límite entre lo psíquico y lo somático, si el yo es el genuino almácigo de la angustia, la escritura ha funcionado en Alfonsina Storni como el canto del caminante en la oscuridad que desmiente su estado angustioso, pero no por ello le permite ver más claro. (Paris, 2014: 162) 

Cuando toma la decisión final, Alfonsina deja una nota muy simple: Me arrojo al mar. Se arroja, en un acontecimiento brusco, no romántico, donde el yo poético escribe que se suicida, de la misma forma que lo expresa en el último poema, titulado “Voy a dormir”. Pero antes le deja una carta a Manuel Gálvez: “Estoy muy mal. Por favor, mi hijo tiene un puesto municipal, yo otro. Ruéguele al intendente en mi nombre que lo ascienda acumulándole mi sueldo. Gracias. Adiós. No me olviden. No puedo escribir más.” La imposibilidad de seguir escribiendo se refleja en la necesidad de morir. Hasta ese momento, aplazar el momento del suicidio, es equivalente a seguir escribiendo. 
En contrapartida, para escribir, Quiroga se arroja a los riesgos de la muerte y juega, al mismo tiempo, con la literatura y con la vida. Alfonsina formula su afinidad con él, que va más allá de la amistad entre ellos, en el poema “Allá dirán”: 

Morir como tú, Horacio, en tus cabales, 
Y así como en tus cuentos, no está mal; 
Un rayo a tiempo y se acabó la feria... 
Allá dirán. 
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte 
Que a las espaldas va. 
Bebiste bien, que luego sonreías... 
Allá dirán. 

En el cuento “Los buques suicidantes” de Quiroga, uno de los personajes expresa el arrojo en la aceptación de la muerte, unida a la angustia. 

—¿Y usted no sintió nada? —le preguntó mi vecino de camarote. 
—Sí: un gran desgano y obstinación de las mismas ideas, pero nada más. No sé por qué no sentí nada más. Presumo que el motivo es éste: en vez de agotarme en una defensa angustiosa y a toda costa contra lo que sentía, como deben haber hecho todos, y aun los marineros sin darse cuenta, acepté sencillamente esa muerte hipnótica, como si estuviese anulado ya. Algo muy semejante ha pasado sin duda a los centinelas de aquella guardia célebre que noche a noche se ahorcaban. (Quiroga, 2005: 29) 

No podemos unir coherentemente el plano vital y el plano de lo transmitido, lo escrito. El lenguaje tiene las marcas del sinsentido. La distancia entre los dos planos, el escritor no la puede salvar. Por el fatal desencuentro de estas dos experiencias, la sinceridad en literatura es imposible. “Los escritores más significativos son los que juntan y armonizan los dos tipos de experiencias llevándolas hasta el límite anterior a la muerte y que admiten su incapacidad para cumplir cualquiera de las dos totalmente” (Jitrik, 1959: 75). La función de la lectura crítica se ubica en esa zona de rodeo, en el límite entre los dos planos. Lo que leemos es una “realidad otra”, que no está ni en el plano vital ni en el textual. Eso que no puede ser pronunciado, que no puede ser dicho, es lo real. En lo real, en el dolor, en lo indecible, allí donde no hay discurso se produce el vacío. La relación entre el deseo y la literatura se nos presenta como el lugar donde podemos ver lo que late en una producción textual. Es una relación que nos permite atender a lo que ocurre en ese texto más allá de su mero mensaje y por medio del deseo manifestar lo oculto, que se expresa en el inconsciente de la letra misma. 




Bibliografía 

BARTHES, R. (1993). El placer del texto. Seguido por Lección inaugural. México: Siglo XXI.
BARTHES, R. (1997). “¿Qué es la escritura?” en El grado cero de la escritura. México: Siglo XXI.
BLANCHOT, M. (1992). El espacio literario. Barcelona: Paidós. 
BLANCHOT, M. (1991). “La literatura y el derecho a la muerte” en De Kafka a Kafka. México: FCE. 
JITRIK, N. (1959). “Experiencia vital y experiencia literaria” en Horacio Quiroga. Una obra de experiencia y riesgo. Buenos Aires: ECA. 
JITRIK, N. (1999). “Las marcas del deseo y el modelo psicoanalítico” en CELLA, S. La irrupción de la crítica. Buenos Aires: Emecé. 
MADRAZO, J.A.: “Entrevista a Noé Jitrik: Leer un texto como una música” en Ateneo, N° 492, segundo semestre de 2005. 
PARIS, D. (2014). Secretos familiares, ¿decretos personales? El entramado inconsciente en la transmisión generacional y cómo superar la repetición del árbol genealógico. Buenos Aires: Del Nuevo Extremo. 
ROSA, N. (2004). El arte del olvido y tres ensayos sobre mujeres. Rosario: Beatriz Viterbo. 
STORNI, A. (1999). Obra Completa. Tomos I y II. Buenos Aires: Losada. 
STORNI, A. (1968). Poesías Completas. Buenos Aires: Sociedad Editora Latinoamericana.
QUIROGA, H. (2005). Cuentos de amor de locura y de muerte. Buenos Aires: Losada.