Sábado 28. Abro los ojos y los rayos de luz se filtran a través de la persiana. Seguimos
en cuarentena. Recuerdo las cosas que no voy a poder hacer: salir a dar clases, comer con una amiga. Conocer el departamento nuevo de otra, salir a tomar una
birra con mi compañero. Terminar la mudanza que inicié antes del
caos.
Este aislamiento me encuentra en un momento particular. Venía dejando
pasar de largo algunas cosas y ahora me estallan en la cara. Me levanto.
Tengo
que emprender un viaje sin distancia hacia mí misma.
Lunes 30, el
titular de C5N dispara: hay 966 casos y 24 muertos por coronavirus en el país.
En una parte de la pantalla, el hashtag "Nadie se salva solo", mensaje que salió
del Papa Francisco y repitió el presidente.
Hay una paradoja con la soledad. Nadie se salva solx pero nos mantenemos segurxs dentro de una dimensión virtual, sin contacto con otras personas. Nos asedia una infección que influye en nuestro estado de ánimo. La influencia viral de los medios que no me dejan libre.
Hay una paradoja con la soledad. Nadie se salva solx pero nos mantenemos segurxs dentro de una dimensión virtual, sin contacto con otras personas. Nos asedia una infección que influye en nuestro estado de ánimo. La influencia viral de los medios que no me dejan libre.
Cada día, me encuentro en lucha con ese llamado a la aventura, que tengo que
afrontar. Me recuerdan eso unos especialistas en inteligencia emocional, que
están subiendo clases a su web. Me dicen que es el momento. Que los problemas
son oportunidades para desarrollarnos, momentos para integrar y solucionar
conflictos interpersonales. Para resolver quién soy.
Me alejo de mí
misma. Me observo.
Por todos lados
se repite: después de esta pandemia, el mundo será otro. Coincido con Byung-Chul
Han en que ningún virus es capaz de hacer la revolución. Estos últimos días, el
cronograma de aplausos en pugna confirma que hay cosas que no se aprenden
fácilmente. Me pregunto si se aprenderán. Cómo será ese mundo distinto. Coincido
con Byung-Chul Han en que una revolución necesita sentimientos de unión y,
sobre todo, acción colectiva.
Domingo 29. Nos enteramos que la cuarentena se extiende hasta el 13 de abril. No
quiero un nuevo mundo de aislamiento permanente, como temen algunos pensadores
europeos que analizan la vigilancia informática en los países asiáticos. No quiero que nos tengamos
terror, que las otras personas sean una amenaza. No quiero que nos escondamos
detrás de máscaras. Si estas condiciones fueron causadas
por las luchas intra-capitalismo, declarémonos libres.
Bifo Berardi tampoco
sabe. “Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos.
Pero también podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar. ”
Lunes 30. Salgo a comprar y
el aire tiene otro color. La calle vive del silencio de un barrio paralizado.
Las casas como cuevas de animales en hibernación.
En la fila para
entrar, una señora tose y la pareja que está adelante se aleja dos metros.
Un hombre que
sale del súper lleva varios paquetes de pañales y muchos productos de limpieza para
bebés. Me pregunto lo que estará pasando. Un viento frío me obliga a cerrarme la campera.
Si nuestra
historia como humanidad nos trajo hasta acá, hagamos algo. Si la salida es
cambiar lo que venimos haciendo mal, ¿este aislamiento
nos está planteando a todxs el mismo interrogante?
Tenemos carne. El virus no reconoce fronteras nacionales,
sociales, de género, raciales, culturales. La ilusión de superioridad se
derrite y empezamos a mirarnos como seres iguales que han sido, a lo largo de
la historia, distribuidos por el capitalismo en grupos, con desiguales
oportunidades.
Nosotrxs somos lxs que discriminamos.
La naturaleza,
irritada, como un cuerpo que tira señales nunca atajadas por la intuición, intenta
que esta plaga en la que nos convertimos no la siga destruyendo. El
capitalismo, descompuesto, nos trajo a esta situación sin precedentes y está
buscando hacer algo que desconocemos.
Y ahora, con el cuerpo enfermo, moribundxs,
intentamos cazar la fórmula para hallar al corona-killer, como dice Bifo. ¿Será real?
En todo caso, creo que tenemos que matar es nuestro individualismo productivo, competitivo y
destructivo.
En todo caso,
podemos empezar por plantearnos que ya no toleraremos algunas cosas.
Martes 1. Veo la serie de HBO “Years and Years”. Los protagonistas denuncian que
unas vidas menos válidas para este sistema quedan encerradas en el terreno de
la muerte segura.
Butler dice: cuidarse
de la ineludible biopolítica. De la biovigilancia digital.
Pienso en el chip que quieren introducir en la vacuna para el
monitoreo de la enfermedad. tengo escalofríos. Butler dice: cuidarse de la BIGDATA. Presos, sin brazalete. Atrapadxs en nuestro propio territorio, en
nuestros celulares, en la ubicación, en nuestros movimientos, temperatura
corporal, consumos que almacenan nuestras apps.
Paul Preciado quiere
que hagamos “el gran blackout frente a los satélites que nos vigilan”. Apagando
todo.
Hoy, miércoles
1°, en la radio el locutor nos consuela. Argentinxs, si nos gana la
desesperación, pensemos que en New York muere una persona cada 6 minutos y
sacan a los cuerpos en camiones frigoríficos.
No me consuela. Hay algo que nos une.
Allá caen, en el
país de Trump, quien hace un mes dijo: tranquilos, esperemos el pico y luego
todo va a estar bien.
Acá, en el cuarto
piso del Ministerio de Salud, el comité de crisis tiene un pizarrón gigante
donde se controla toda la situación. Dice que vamos a necesitar 12000 camas
para cuando llegue el pico. En la radio, dicen que se están produciendo respiradores
en dos fábricas argentinas y en una empresa automotriz. Y vienen también de
China.
En una de las
clases del curso virtual compartieron un poema de Kitty O’Meara.
“Y la gente se
quedó en casa.
Y leyó libros y
escuchó.
Y descansó y se
ejercitó.
E hizo arte y
jugó.
Y aprendió nuevas
formas de ser.
Y se detuvo.
Y escuchó más
profundamente. Alguno meditaba.
Alguno rezaba.
Alguno bailaba.
Alguno se
encontró con su propia sombra.
Y la gente empezó
a pensar de forma diferente.
Y la gente se
curó.
Y en ausencia de
personas que viven de manera ignorante.
Peligrosos.
Sin sentido y sin
corazón.
Incluso la tierra
comenzó a sanar.
Y cuando el
peligro terminó.
Y la gente se
encontró de nuevo.
Lloraron por los
muertos.
Y tomaron nuevas
decisiones.
Y soñaron nuevas
visiones.
Y crearon nuevas
formas de vida.
Y sanaron la
tierra completamente.
Tal y como ellos
fueron curados.”
Leo y sueño que tiene
razón.